Estoy atravesando una nube negra en uno de mis proyectos profesionales. Esa clase de momentos en los que la situación se complica tanto que empieza a salpicarlo todo: la rutina, el enfoque, incluso los objetivos que antes parecían claros. Una nube que entorpece la mirada y desafía el ánimo.
Aunque suelo caminar con fe y esperanza, la impotencia aparece, humana y honesta, golpeando en lo más profundo. No es fácil. No lo es cuando los días se nublan por dentro, cuando lo que normalmente fluye, de pronto se estanca. Pero hay algo en esta experiencia que me recordó una canción de Sabina —uno de mis cantautores favoritos—, donde la "nube negra" no solo es símbolo de dolor, sino también de búsqueda, de espera, de lucha interior.
En medio de esta niebla, sé —y me repito— que al otro lado de esta puerta difícil hay un mejor tiempo, pero sobre todo, hay personas que me acompañan incluso en los silencios, en las pausas, en la noche larga. Encontrar fuerzas para reenfocar, para avanzar aun sin ver con claridad, tiene algo del frío que precede al amanecer. Esa helada que parece eterna pero que, sin avisar, se rinde ante los primeros rayos del sol.
Aquí entra en juego la resiliencia: esa capacidad profunda de atravesar las dificultades y salir transformado por lo que se ha aprendido. No se trata solo de resistir pasivamente, sino de permitir que la experiencia nos moldee, que nos enseñe, que nos devuelva con mayor claridad y fortaleza.
La disciplina de la determinación —esa fuerza que a veces nos obliga, casi con firmeza, a seguir adelante cuando las fuerzas flaquean— se convierte en una herramienta valiosa. Porque al mantenernos en movimiento, incluso en medio del cansancio, no solo resistimos: modificamos el estado actual y nos acercamos a ese punto de inflexión donde el cambio interior comienza a impactar el contexto que nos rodea.
Al otro lado de la nube negra, hay cielo soleado. Un clima favorable que, aunque empieza tímido, poco a poco calienta el alma y renueva la mirada.
Y a ti que me lees, te invito a reflexionar en tus propias nubes negras, en ese caminar silencioso dentro de la madrugada con frío, y en la certeza de que los primeros rayos del sol —aunque tarden— siempre llegan. Caminemos juntos en este trayecto de descubrimiento, transformación y aprendizaje, aún en medio de los momentos más amargos. Porque la vida también se construye desde el significado que damos a lo que vivimos —lo agradable y lo doloroso por igual—. No hay otra vida como la nuestra. Y precisamente por eso, vale la pena poner toda la conciencia posible en lo que hacemos, en lo que somos, y en cómo elegimos caminar cada día.
¡Nos leemos pronto!