Hay muchas cosas que nos detienen, que nos impiden avanzar. Nos podemos sentir atrapados, sin salida. En esos momentos ayuda buscar claridad. Y el primer paso es: ¡saber dónde te encuentras! ¿Cuál es el nombre de tu prisión?
La experiencia de la prisión interna
El pan cotidiano del hombre de hoy tiene un cierto sabor a derrota. Lo comemos, muchas veces, sin darnos cuenta. Está duro, pero aún así lo roemos con desesperación.
Una persona me comentó con poca atención en lo que me decía, en un encuentro casual por la calle, que en los últimos días de su vida se ha experimentado como preso dentro de una celda estrecha de barrotes invisibles; aprisionado entre problemáticas, presiones y responsabilidades ve la vida pasar por un resquicio.
Es consciente de que el tiempo, entre tanto lamento, se le va de entre las manos; no encuentra, sin embargo, la fuerza para salir de la prisión interna que experimenta. Lo último que piensa de sí mismo es que puede ser libre. Se ha puesto una condena, ha sido juez y parte; cumple con la pena autoinflinjida a pesar del peso de las cadenas y el malestar de los grilletes.
Al escucharlo, pensaba con atención en dicha vivencia, metáfora de una prisión de la que pareciera no hay escapatoria; encuentro que puede ser un sentimiento o experiencia compartida con no pocas personas, sobre todo en estos días donde la temporada y las actividades de cierre e inicio de año están a la orden de la saturación personal.
Yo mismo he podido verme en momentos parecidos a este, y mira que los recordé con fuerza mientras el hombre decía algo así como "es la vida, y hay que seguirle" mientras se despedía para perderse entre la gente. "Un preso con una jaula móvil", pensé mientras lo veía alejarse paso a paso.
No basta la visita del domingo
Pudiera pensarse que la única experiencia de libertad se vive, en mayor o menor medida, durante el fin de semana. Así, como en la verdadera cárcel se dispone de convivencia con los más cercanos, uno pudiera pensar que los sábados y los domingos son nuestros días de libertad asegurada. Dos preciosas jornadas donde haremos todo lo que hemos querido, y para lo cual no tenemos energía en los días laborales.
Pero en ello hay una trampa, pues podemos vernos a nosotros mismos dentro de una jaula móvil aún cuando nos dedicamos a perder el tiempo, a intentar descansar, o cuando intentamos, con mayor o menor fortuna, atender los pendientes y actividades que, durante la semana, comprometimos para los días "libres".
La libertad personal, experimentada desde el servicio al otro, a partir del significado de la vocación personal y profesional, así como del propósito vital, no tiene una fecha definida ni un horario establecido. Debiera, y esta me parece es la clave, ser parte trascendente de la rutina de la vida diaria (probablemente así, la rutina deje de ser inconsciente y se vuelva oportunidad de mejora continua).
¿Cuál es el nombre de tu prisión?
Para romper la jaula móvil que nos aprisiona es necesario tener consciencia de ella, de su nombre y de sus características. Puede haberse originado en un fracaso personal, familiar o profesional. Puede habernos envuelto, sin que nos diéramos cuenta, cuando le pusimos "automático" a cada jornada transcurrida y vivimos los días, uno tras otro, sin motivación, sin asombro y sin esperanza.
La jaula móvil, me parece, es necesariamente diferente pues cada uno de nosotros la ha configurado de modo estrictamente apegado a su personalidad, vivencia, educación, historia y a cada uno de los encuentros y desencuentros interpersonales experimentados. Aunque todas tienen una cerradura, solo dentro de nosotros está llave maestra que abre cada conjunto de barrotes y pasillos. Pensemos nuestra actitud, la decisión de querer ser verdaderamente libre, como esa llave, finamente elaborada, con nuestro nombre grabado en el costado.
Mira que mientas leíste esto, te acercaste a la puerta. Estás frente a los barrotes que se abren, la llave en tu mano ha llegado a la cerradura. ¿Te animas a salir?
Nos leemos pronto…