Hacia una renovada perspectiva del liderazgo
He comentado previamente, en mi libro “Liderazgo transformador”, que ante los retos de la época actual necesitamos reconfigurar nuestra propia concepción del liderazgo, pues la hemos venido reduciendo a “lograr que las cosas sucedan”.
En ese inter, entre lo que se hace y lo que se tiene que hacer, puede haber un mar de estilos o de maneras de lograr la influencia necesaria para obtener el resultado deseado. No basta “hacer que las cosas sucedan” para definir un liderazgo con alto sentido ético y humano.
Los grandes capos criminales, incluso los más autoritarios dictadores, “hacen que las cosas sucedan”. Debemos esforzarnos por ir más allá y entender que un verdadero líder, aunque trabaja con proyectos e iniciativas, tiene como responsabilidad inmediata a las personas que desarrollarán esos proyectos e iniciativas.
Bajo esta óptica renovada la responsabilidad primaria del líder no es lograr objetivos, por lo cual se puede sentir tentado a dirigir a “quien no sabe” y dar órdenes irrestrictas que deben seguirse al pie de la letra, sino más bien trabajar desde la motivación y la intención de sus colaboradores, pues solo desde ahí “las cosas que sucedan” podrán ser realmente mejores.
No solo serán cosas mejores para quien las realiza, sino para quien las recibe como un producto o un servicio. Hay una trascendencia social en eso que se hace, o se deja de hacer. Reconocerlo es síntoma, si se quiere inicial pero signo visible, de compromiso por el otro. Algo que los dictadores, criminales y malos profesionales tardarán mucho más en comprender. Pero esa, es otra historia y no puedo abordarla ahora. ¡Volvamos al punto!
Nos han educado para dirigir
Decirle al otro lo que tiene que hacer es todo un paradigma educativo. Así crecimos. Nuestros padres diciéndonos lo que tenemos que hacer, los maestros desde la tierra infancia hasta la madurez universitaria, los trabajos donde nos hemos desarrollado, los partidos, los políticos y los gobiernos, incluso las organizaciones civiles o religiosas a las que pertenecemos. La experiencia del deber que no necesariamente es algo malo en sí misma pero, considerada como el único ingrediente en la receta del éxito moderno conduce a una máxima que termina matando a las organizaciones actuales: “el que obedece, no se equivoca”.
Podemos darnos cuenta, un día al tomar en nuestra responsabilidad un proyecto, que nuestro trabajo se reduce a dar instrucciones. ¡Pensamos que desarrollar el liderazgo solo es refinar el viejo arte de dar instrucciones! Somos parte de la cadena de mando. Me dicen que hacer, y yo como teléfono descompuesto, le digo al otro lo que debe hacer. Él, a su vez, encontrará a alguien a quien deberá también decirle lo que debe hacer, y “pobre de aquél que no tenga a quien dar una instrucción”.
En ese eslabón de indicaciones suele haber fuga de ideas y opiniones, posibilidades, nuevos retos y desafíos. Con las cadenas rígidas de mando, que han definido al liderazgo de final del siglo XX y principios del siglo XXI, se hunden, por el peso, muchas de las alternativas que harían triunfar buenas ideas y proyectos. Los líderes formados en la escuela tradicional de la “dirección” humana, corren el riesgo, como especie definida, de extinguirse ante un mundo que exige un cambio de paradigma.
Atrevernos a acompañar
El paradigma organizacional de nuestra época se configura en la rapidez de respuesta, adaptación y cambio ante un contexto cambiante y desafiante. Las organizaciones, públicas y privadas, enfrentan desafíos sin precedentes en términos de colaboración humana. Un mundo digitalizado, una vorágine de información cambiante, datos variables, sucesos imprevistos, ocasiones de aprendizaje que no se aprovechan, imposibilidad de respuesta.
El nuevo paradigma atraviesa la cuestión antropológica. ¿Cuál es la mirada con la cual el líder observa a sus colaboradores? ¿Desde qué posición considera a las personas que tiene a su cargo y responsabilidad? ¿Los considera capaces o inútiles? ¿Considera que su desempeño es un apoyo a las metas o un obstáculo a sus objetivos? ¿Le sorprende la posibilidad del otro o le domina la indiferencia ante personas que dice conocer de arriba a abajo? ¿Sospecha de sus colaboradores o confía en ellos? Y así podría seguirme con otros aspectos, pero no quiero aburrir.
Pensar al otro como un ser humano, con límites y posibilidades. Con experiencias exitosas y derrotas. Teniendo creatividad y frustración. Buscando motivación y sentido ante la desilusión. Verle tal como es y encontrarnos con su realidad, genera un punto de partida diverso que debemos atender en nuestra reflexión si queremos abrazar el liderazgo que transforma y renunciar al liderazgo de instrucciones.
Reconocer que los sueños, las aspiraciones, los anhelos, los aciertos y las motivaciones personales de los colaboradores pueden hacer sintonía con los retos y metas profesionales de proyectos e iniciativas es encontrar, sin duda, un nuevo rumbo en eso que se ha denominado “dirección de personas”.
Contemplar al otro desde su posibilidad y no desde su equivocación, analizar su fortaleza como medio para corregir su debilidad, implica estar dispuesto a que el “líder que desea hacer que las cosas sucedan” trabaje primero en hacer que “la persona suceda”, pues solo desde ella todo lo demás tiene sentido. Para ello el camino del acompañamiento, del crecimiento y desarrollo personal, es una clave importante.
En resumen
Ser líder es hacer que las personas sucedan, en términos de su desarrollo y crecimiento, para que entonces los proyectos se realicen del mejor modo posible. Dirigir hoy más que nunca requiere desarrollar la habilidad, el arte hay que decirlo, de acompañar.