El Llamado al Acompañamiento Personal
Concentrar la mirada en quien camina a nuestro lado y a quien podemos ayudar
El pasado siglo XX ha sido, quizá no es temerario afirmarlo, la expresión más concreta de aquella reflexión sobre las luces y sombras del paradigma del ser humano y de su natural existencia en la familia. Reflexión poderosa y aguda que Juan Pablo II, a partir de la reflexión de los Padres Sinodales, sistematizó en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio del ya lejano 1981.
Siguiendo los argumentos del entonces Pontífice de la Iglesia Católica, es posible decir que nunca antes el ser humano había desplegado una profunda capacidad intelectual, científica y tecnológica para describir, comprender e incluso modificar en su favor y beneficio el mundo que le rodea y en el cual está inmerso.
Los grandes avances conseguidos, hoy actuantes y operantes en un contexto revolucionado en lo digital y en lo virtual, abren sin duda alguna una cantidad impresionante de perspectivas y escenarios que, nuevamente como el viejo mito de la modernidad, nos podrían hacer pensar en la garantía de un progreso aparente sin limitaciones.
Sin embargo, muchos han sido los pensadores, artistas, políticos, líderes religiosos incluso, y muchas más personas en pleno uso del sentido común, que han manifestado cierta preocupación o desconcierto frente a esta luz deslumbrante que parece arrojar una sombra evidente: por dominar el mundo, por conquistar el horizonte, el hombre parece haber perdido de vista lo importante, lo trascendente. Él mismo, en cuanto realidad antropológica, aparece como inconexo, perdido, desarraigado y desvinculado.
Es en esta apremiante circunstancia, en este anhelo de lo verdaderamente humano, en esta necesidad de comprendernos a nosotros mismos, que se construye la respuesta a la pregunta sobre el ser humano. Pregunta tan vieja como el tiempo, pero tan actual como cualquier artilugio electrónico.
En un mundo desencantado de sí mismo, presa de la racionalidad absolutista y de las directrices de un mercado salvaje, que ostenta en su visión la etiqueta de triunfador en su lucha añeja con el Estado, donde el ser humano de hoy adolece de sentido, significado, y en la mayoría de las veces de un rumbo claro para construir y definir su plenitud y vocación como ser libre, digno, y trascendente.
Este tiempo que nos toca vivir, es un mundo desvinculado y líquido. Evidenciado con maestría por Josep Miró y señalado en sus carencias de solidez por Zygmunt Bauman. Hablamos de una existencia personal sitiada por un ritmo descomunal de trabajo, una explotación laboral en pos de un consumismo exasperado y un materialismo “triunfante” que en lugar de llenar con el “tener” descubre el vacío del “ser”.
A pesar de todo, el anhelo por lo humano emerge desde la raíz, tal vez con mayor agudeza que en otras épocas. No pocos autores declaran el momento actual como una verdadera emergencia cultural que habría que resolver. Una de esas voces, que con claridad ha llamado a la reflexión sobre el momento presente viene nuevamente desde Roma.
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco ha tenido claro el papel que el contexto actual reclama de la Iglesia y de los miembros que la conforman. Ha “incitado” a una verdadera cruzada por lo humano, nos ha pedido no quedarnos cerrados de brazos ante la emergencia cultural que nos exige una respuesta. Nos ha invitado a todos, creyentes o no, a encontrarnos con los heridos de este tiempo, a quienes los estragos del cambio de siglo y la lucha ideológica parecieran haber condenado a lo que denomina la periferia, la zona de la exclusión. Ante el sistema que niega el valor y la dignidad del ser humano, el Papa ofrece, sin temor y sin reserva, un programa que si bien tiene en él una motivación pastoral, posee aplicaciones humanas de alto valor para cualquier grupo humano. Un mensaje para los profesionales de lo humano.
Pensando en su grey, pero no solo en ella pues es consciente que su voz resuena en el mundo entero como pocas en la actualidad, ha remarcado la importancia del encuentro y de la cercanía personal como vía de servicio y honra al ser humano afligido de nuestra época. He aquí su llamado en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium No. 171:
Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Solo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida.
En este párrafo, y sin pretender un análisis teológico, encontramos una contribución clara del ámbito pastoral a las necesidades de las mujeres y los varones que transcurren su vida en la primera mitad del siglo XXI.
Con este llamado el Papa Francisco ha delineado, con pocas frases pero considerable profundidad, lo que podríamos denominar, para efectos de esta reflexión, un programa de Acompañamiento Personal que puede ser aplicado y desarrollado por aquellos profesionales que tienen al ser humano como preocupación central, como razón y sentido de su vocación cotidiana.
Seguiremos profundizando en el tema de acompañamiento.