Se nos ha dicho que la rapidez es importante. ¡Y lo hemos creído! ¡Craso error!
Pongo dos ejemplos:
A. Necesitamos la “conexión más rápida”; nada de esperar unos minutos. "Esta cosa debe responder rápido, que para eso la pago", podría decir alguien que, en cualquier lugar y momento, lucha con su conexión WI-FI. La prisa deseada puede acabar en un debate acalorado, un enfrentamiento que, por supuesto, pasa por condenar a las compañías que han posicionado la “rapidez” como el principal atributo del mundo actual. En el pecado va la penitencia, ¿o sería al revés?
Esperamos que nuestro smartphone no "se trabe" y responda, casi casi, a nuestras instrucciones mentales en lugar de las digitales; "no hay tiempo que perder", "debe ser ahora, en este momento"... "insisto, por eso pago lo que pago". Y en lugar de discutir con un dispositivo que termina conectado a un puerto USB, nos encontramos, sin darnos cuenta, gritándole a un aparato telefónico. Ironías de la vida moderna.
B. El dinero como elemento que nos acerca a la rapidez. Lo paradójico es que cuanto más dinero estamos dispuestos a pagar, la rapidez se vuelve un concepto más limitado, más estrecho. Nada será tan rápido como nuestros deseos. Incluso el genio de la lámpara maravillosa podría parecernos lento al chasquear los dedos. Sin embargo, la principal dificultad que nos ocupa en este blog, en estas entradas preliminares, se relaciona "rápidamente" con el problema del manejo del tiempo.
Se nos ha dicho que la rapidez es importante. ¡Y lo hemos creído! La hemos añadido como el principal atributo del profesionalismo, de la eficiencia y de la eficacia. Se ha endiosado la rapidez en detrimento de la calidad, pero ¿a quién le importa en este mundo acelerado?
¿Qué es el profesionalismo? ¿Qué atributos conlleva actuar de manera profesional, tanto en el trabajo individual como en una organización?
Las concepciones más tradicionales tienden a asociar el profesionalismo con el dominio específico del oficio o arte que se ejecuta. Es profesional quien tiene experiencia en la materia, el servicio o el producto que ofrece. Aunque quien es profesional tiene muchas similitudes con el trabajo "fino", con la artesanía, no basta con mostrar solo esta cualidad. Muchos "iniciados" en una empresa u organización, o quienes gestionan su propio negocio, aunque no gocen de experiencia, buscan el profesionalismo como la forma de abrirse paso en el mercado y ganarse la preferencia de potenciales clientes.
El profesionalismo, adjetivo con el que expresamos nuestra satisfacción al recibir un producto o servicio a cambio de nuestro dinero, es una actitud que abarca un amplio conjunto de variables. ¿A qué me refiero? Veamos algunas de las dimensiones que definen el profesionalismo desde la perspectiva de un potencial cliente.
Para ser profesional, una persona u organización debe, al menos, tener en cuenta lo siguiente:
Tener claridad sobre la experiencia acumulada que se pondrá al servicio de la actividad. Conocer los recursos necesarios en cada proceso productivo. Posicionar adecuadamente las cualidades y los recursos disponibles. Contar con un inventario personal u organizacional de talentos específicos no es descabellado, así como prever lo necesario en el proceso productivo.
Desde el primer contacto con el cliente, ser capaz de mostrar en detalle todo lo que implica el bien o servicio a proporcionar. Si existen limitaciones, es importante señalarlas. Hay que tener cuidado con las falsas expectativas. Aunque las "leyes del marketing" a veces sugieran no hablar de áreas de oportunidad, hoy en día, quien se acerca con interés exige claridad y un panorama completo a cambio de su confianza. Quienes queremos ser profesionales debemos asumirnos como "conquistadores de confianza".
Este punto nos lleva al tema del tiempo. Es fundamental determinar el tiempo y no comprometerse a entregar algo antes de lo posible sin garantizar la calidad. Este será el primer calificativo de nuestro profesionalismo: cumplir con el tiempo. Aunque la rapidez es valorada, y en ocasiones marca la diferencia en la contratación, no cumplir con los tiempos transformará a un cliente potencial en uno de "primera y única ocasión". Es preferible, y el cliente lo valorará, no prometer aquello que no se puede cumplir. Si somos capaces de posicionar que el tiempo invertido será el justo en relación con la calidad, tendremos éxito.
Una vez establecidos los recursos, habiendo brindado claridad sobre lo que se generará y acordado el tiempo, ¡manos a la obra! Este es el punto clave. Aunque los preliminares son importantes, este es el núcleo: ¿qué sabemos hacer? ¿Cómo podemos hacerlo de la mejor manera? Son preguntas que cada uno de nosotros, a nivel personal u organizacional, debe responder en el proceso de mejora continua.
Finalmente, saber vender lo realizado y la calidad entregada es el último paso. Debemos conquistar confianza y romper el mito de que "todo termina cuando se recibe el pago". Ahí es donde realmente comienza nuestra historia profesional, atrayendo "clientes regulares". Si crees que tu rentabilidad está asegurada solo por aquellos que "llegan y se van", estás atrapado en el siglo pasado. Ser profesional implica además un acompañamiento posterior al cliente, de modo que ancle su confianza no solo en lo que adquirió, sino también en quién se lo proporcionó.
Me despido parafraseando a Facundo Cabral con una de sus frases célebres, muy apropiada para nuestro tema:
Si los improvisados supieran qué buen negocio es ser profesional, lo serían hasta por negocio.
¡Nos encontramos pronto!