Darte cuenta
Sabemos el problema que representa en ocasiones comunicarse de forma efectiva. Si bien hay situaciones que exigen más o menos de nosotros, tanto en la interacción interpersonal en el mundo personal como en el profesional, es posible que aprendamos a reconocer en el día a día diálogos o conversaciones que requieren un esfuerzo adicional de nuestra parte.
Existen enfoques comunicativos más exigentes en los que se necesita nuestra atención, disposición y autogestión de manera adecuada para salir "bien librados del encuentro y diálogo con el otro".
Pistas para tu reflexión
Hoy te propongo, con la finalidad de que puedas reconocer internamente si esto ocurre, cinco aspectos a considerar para evaluar si una conversación es más compleja que otra. Si detectas que sí es una conversación que requiere más de ti mismo, habría que dedicar más tiempo a la reflexión y preparación, lo que redundará en eficacia y satisfacción. Veamos:
Desafío. El simple hecho de pensar que debes comunicarte con alguien para abordar un asunto en concreto añade considerable tensión a tu vida. Te preocupa mucho el resultado y consideras que no tienes la capacidad de afrontar este reto específico. El desafío suele paralizarnos. Vemos la victoria como algo lejano y desconfiamos tanto de nosotros mismos que caemos en la pasividad. Evitamos el diálogo pendiente para momentos en los que nos sintamos menos tensos y ansiosos.
Confusión. Puede ser también que nos preocupe demasiado la conversación a realizar porque no identificamos cuál es el objetivo, la verdadera finalidad del diálogo con el otro. La claridad brilla por su ausencia, nos sentimos desorientados apenas consideramos la posibilidad de la conversación. Parece que no hay una respuesta posible al resultado deseado; dejamos de tener en cuenta el contexto y los antecedentes del problema o situación a resolver, y nuestra mente está fija en que tenemos que conversar, pero no encontramos la manera de iniciar. Las emociones negativas que surgen en ti al considerar el diálogo posible generan un estado cognitivo de incomodidad y rechazo. El enojo, la ansiedad, la preocupación y el miedo se convierten en la densa niebla que nubla nuestra mente y nos impide ver el camino a seguir.
Resistencia. Asumiendo que en este desafío no hay claridad posible y que el resultado deseado es poco probable, empezamos a negarnos siquiera a la posibilidad de la conversación. Ponemos mil y una excusas; todas las razones para evadir el diálogo nos parecen justas y suficientes. Quisiéramos simplicidad y facilidad, y al encontrar complejidad y exigencia, nuestra motivación brilla por su ausencia. Entonces el panorama se oscurece, las fuerzas de la voluntad se retiran en nuestra batalla interna, entregando la posición de estrategia a lo peor de nosotros mismos. Cerramos la puerta al diálogo y colocamos más cerrojos para asegurarnos de que no se pueda abrir, ni desde dentro ni desde fuera.
Transferencia. Es entonces cuando aparece la posibilidad de disponer de un mensajero. Alguien a quien, desde la rendija de interés que ha quedado en esa puerta cerrada a cal y canto, le podemos entregar el mensaje para que lo entregue a quien debe recibirlo. "Ve y dile esto". Como nos resistimos tanto a la posibilidad de ser protagonistas exitosos del diálogo a sostener, buscamos a alguien que, asumiendo cierta representación, haga lo que nosotros debemos hacer. Buscamos a quien transferir, aunque inútilmente habría que decir, nuestra responsabilidad. Que sea otro el que cargue con lo que no hemos podido manejar, que sea otro el que se encargue. Esto tendrá consecuencias, pero somos incapaces de determinar siquiera dicha posibilidad.
Descarte. Por último, al asignar ineficazmente a un mensajero, que nunca sustituirá nuestra manera de ser y nuestra posibilidad de éxito al 100%, tendemos a considerar que la conversación no era en sí misma ni compleja ni necesaria. Buscamos minimizar entonces la relevancia y el éxito potencial del diálogo. "Me preocupé demasiado, esto no era importante". Y es que si cualquiera, y no tú, con lo que se exige en la vida, puede decir lo que debe decirse, entonces efectivamente no es tan relevante desde tu perspectiva.
Pautas para la acción
Si encuentras en tu reflexión algunas de estas señales, te dejo algunas preguntas que pueden ayudarte para prepararte de manera más eficaz para salir victorioso de una conversación difícil:
¿Cuál es la finalidad del diálogo que debes llevar a cabo? ¿Qué deseas lograr?
¿Cuáles serán los beneficios tanto para ti como para tu interlocutor si la conversación es exitosa?
¿Qué esfuerzo deberás realizar, y cuál será el de tu interlocutor, para garantizar el éxito de la conversación?
¿Desde qué perspectiva ambos contemplan la situación? ¿Qué significa esta conversación para cada uno?
¿Qué contexto o escenario particular deben tener en cuenta ambas partes para lograr una conversación productiva?
¿Cuál es el costo de no llevar a cabo la conversación o de posponerla indefinidamente?