¿Resiliencia ejecutiva?
Reencontrar el rumbo en el límite del desgaste directivo: necesidad trascendente
Vivimos en un mundo notoriamente exigente, moldeado por un entorno en constante cambio que nos enfrenta con dosis recurrentes de presión. Los días ya no se definen por rutinas estables y predecibles, sino que cada uno parece tallarse como una obra única en la cotidianidad. Al llegar al final del día, es crucial evaluar nuestro progreso y mantener una sensación de dirección. Sin embargo, esto no siempre es posible ni realista.
A menudo nos vemos atrapados en el hábito esclavizante de vivir únicamente bajo la presión del "para ayer". Enfrentar la resistencia, la negatividad, el desánimo y la desesperanza de tantas personas, mientras intentamos mantenernos en curso, no es una tarea sencilla. La perspectiva juega un papel crucial en esta responsabilidad. Algunos solo ven un árbol, otros un pequeño bosque, mientras que hay quienes observan cómo cada árbol, uno tras otro, se conecta formando un bloque que se resume en la suma de los pequeños bosques que se expanden hasta el horizonte que alcanza a descubrir la vista limitada que poseemos.
La tentación de enfocarse únicamente en la parte y no en el todo es constante. Nos susurra seductoramente al oído: "no mires más allá, concéntrate en lo inmediato". Sería fácil, sin duda, dejarse llevar por esta visión reducida, perder de vista el faro que ilumina un futuro posible y rendirse ante la saturación del presente suena considerablemente provocador. "Si muchos lo hacen, ¿por qué yo no?", podría esta expresión revelarse como un mantra maniaco que augura cierto final trágico. Y no, definitivamente no deseo ni quiero seguir ese camino.
Algo me mueve, sin embargo, cuando muchas voces internas podrían coincidir en un coro como de pieza shakespeariana: "deja, abandona, ríndete, permite que te conquiste la indiferencia". Algo me impulsa, es un deletreo como el que "denunciaba" Octavio Paz, un sentido de trascendencia que inspira desde la línea de la derrota, de saberse limitado y condenado a desaparecer organizacionalmente hablando tarde que temprano. Pero la tentación también irrumpe, molesta, incomoda, amenaza: ¿Vale la pena? ¿Verdaderamente hay esperanza? ¿El desgaste y el costo de lo que se carga, día con día, minuto a minuto, tiene algún sentido más allá del efecto colateral degradante que supone el ejercicio de la responsabilidad personal y profesional?
Existe, humanamente hablando, soledad en el liderazgo. Pocos hablan de ella, mucho menos la comprenden y la atienden. Hemos construido sobre el liderazgo una visión en ocasiones muchas veces romántica y poco centrada en su realidad de “contraluz”. Se paga mucho, más de lo que puede imaginarse, en un ámbito de responsabilidad respecto a los beneficios que pudieran superficialmente percibirse. En momentos como este, cuando se experimenta que se camina, humanamente en soledad, la noción de una resiliencia ejecutiva, de un salir transformado positivamente a pesar de la presión que se lleva día a día puede convertirse en bálsamo. Es paradoja en acción; humanamente puedo experimentarme en soledad, pero sé que espiritualmente soy acompañado y no me encuentro verdaderamente solo.
¡Este sí que es un contraste que se revela en sí mismo como misterio en mi vida, como una pista en la que debo profundizar en la búsqueda de sentido y reconciliación con el propósito al que me siento especialmente llamado!
Saber que, a fin de cuentas, esto que se hace, esto que se vive, esto que se siente, esto que se tiene, esto que se sueña, esto que se puede, esto que se debe, esto que se requiere, esto que se construye, esto que está llamado a ser más de lo que ahora representa, es más importante que uno mismo. Encontrarme también, en este límite con la experiencia de la fe, suele ayudar, recomponer y proyectar el ánimo. No hago esto solo para mí, o para los míos, o para quienes caminan, lado a lado a pesar de la diferencia y, por qué no decirlo, en una sana oposición. Hago esto por Alguien más, por Aquél que viene, por quien me llama en cada uno de los pasos que recorro desde hace muchos años.
Justo esta semana en clase, con mis alumnos, abordaba el sentido objetivo y subjetivo del trabajo. Ha sido un vivir en carne propia lo que ocurre frente a lo que hemos analizado, ha sido un mirarme a mí mismo desde las verdades que dan fundamento a la acción emprendida. El trabajo como medio de realización del hombre. Pero en ningún lado se asienta como advertencia el hecho de que esa realización en modo alguno es fácil y sencilla. Es también obra biográfica, implica ese esculpir de cada día, ese registrar en la memoria los pocos pasos que podemos dar para no dejar de movernos, para no ceder ante el autosabotaje y cancelar el avance y la posibilidad. Como bien dice aquel poema de Machado, musicalizado por Serrat, es muy cierto que “se hace camino al andar, golpe a golpe, verso a verso”.
Conecto esta experiencia de resiliencia ejecutiva en las cuatro claves aportadas por el Papa Francisco que me parecen intuiciones que acompañan el camino y que se han convertido en coordenadas para mi accidentada ruta: el tiempo es superior al espacio, la realidad es más importante que la idea, la unidad prevalece sobre el conflicto, el todo es superior a la parte. Podemos construir resiliencia ejecutiva desde esta hoja de ruta, es una posibilidad dentro de la misma posibilidad. ¡A emprender la ruta, a caminar en esa dirección; retomar la confianza en el destino!