¿Te ha sucedido alguna vez vivir una experiencia interna en la que, aun con cierta incertidumbre, te descubres inquieto por realizar un hallazgo personal o profesional significativo?
No toda inquietud interior nos lleva a un estado de parálisis. Hay una inquietud que, lejos de estancarnos, nos impulsa a buscar aquello que pueda mejorar nuestra condición actual.
Hablamos de la búsqueda de “algo” externo que nos ayude a afrontar “algo” interno. En las narrativas clásicas de storytelling, ese “algo” externo —el llamado objeto mágico— es el elemento que ayuda al protagonista a descubrir su verdadera encomienda. Y es justo al decidir y asumir dicha tarea que logra resolver el conflicto interior que le impide desplegar todo su potencial.
Y tal vez ese objeto mágico no sea más que un simple pretexto (como la pluma mágica en Dumbo), un placebo al que el protagonista se aferra… para entonces desplegarse.
La actitud de búsqueda —con la incertidumbre que moviliza, no la que paraliza— puede convertirse en catalizador para enfocar con mayor claridad el desempeño o talento personal.
En las historias, hay mucha serendipia: de forma casi accidental, el hallazgo del objeto mágico desencadena el clímax y la resolución del relato. Eso me hace pensar que, cuando hay una verdadera actitud de búsqueda, el acompañamiento personal —pienso en el coaching y/o la mentoría— puede dejar de lado el azar y propiciar, desde la vivencia del acompañado (no del acompañante), el contexto necesario para que emerja el verdadero objeto mágico: el autoconocimiento.
Ese autoconocimiento es el que permite el culmen del proceso, la resolución del desafío —la experiencia de carencia—, y la transformación de la realidad presente hacia un futuro posible. Un futuro que represente una experiencia de plenitud, de abundancia personal y profesional.
Saber identificar, desde dentro, esos instantes de búsqueda movilizante, cimentados en la posibilidad de un hallazgo esperanzador, debería ser una prioridad en el camino del autoconocimiento. Reconocerse en proceso de cambio, valorarse en el deseo de transformación y comprometerse con la acción que lo haga posible; tomar conciencia de que el “yo” que soy ahora está en un instante generador —engendrador, incluso— de una nueva manera de mirarme a mí mismo.
Reconocerme en el cambio, en el pensamiento y en la emoción; asumir que, sin dejar de ser quien soy, puedo convertirme en alguien nuevo. Con más conciencia, con una vivencia renovada del compromiso, la responsabilidad y la acción personal. Ese reconocimiento nos lleva, finalmente, a avanzar hacia un punto distinto del que partimos en el proceso de acompañamiento.
Eureka: ahí está el centro. Esa actitud de búsqueda interna se parece a una crisálida que, no sin tiempo, paciencia y esmero, transforma al gusano de seda en mariposa. No porque el gusano sea algo malo en sí mismo, sino porque, por su propia naturaleza, está llamado a convertirse en algo más… a desplegar su verdadera esencia.
En ese proceso de búsqueda interna, en esos momentos de cambio profundo para un mejor autoconocimiento, hay “nutrientes” que configuran y sostienen la crisálida. Son los valores personales del acompañado. Valores cimentados sobre el valor de los valores: la confianza. Esta confianza vivida desde la conciencia y la responsabilidad, no se convierte en un objeto mágico, sino en herramienta interna. Una herramienta que sostiene el proceso de maduración, cambio y mejora.
En los valores personales se esconden criterios y significados profundos que orientan, iluminan y revelan con claridad el camino a seguir. Se convierten en el resorte principal de esa actitud de búsqueda que planteamos al inicio.
¿Conoces, identificas y asumes tus valores personales? Hacerlo ya es un factor de cambio. El foco de atención interna se transforma, porque somos capaces de mirarnos desde el valor que somos, el que podemos ser y el que seremos si lo asumimos con decisión. Si lo hacemos, entonces podemos abrazar lo que está por venir. He ahí el objeto mágico del acompañamiento: aquello que, encontrando su reflejo afuera, nos lleva con fuerza hacia adentro.
Sin duda, estamos viviendo la década del acompañamiento. Estos diez años —de los cuales ya se ha cumplido un primer lustro—, en plena coyuntura de la inteligencia artificial, representan una oportunidad valiosísima para acentuar lo humano y lo personal como el valor diferencial frente a la homogeneización automatizada de la máquina y del algoritmo.
Un tiempo curioso, el que nos ha tocado vivir. Un tiempo del cual ya podemos levantar acta. ¿Qué diremos de nosotros mismos, cuando el futuro mire hacia atrás para evaluar nuestro presente?
Ojalá podamos decir que fuimos capaces de asumir una búsqueda interna que no paraliza, y que desde nuestros valores, esta experiencia nos movilizó a dar lo mejor de nosotros mismos.
Que siga la reflexión. Que siga la búsqueda.