En momentos complejos, uno de los movimientos más sanos y necesarios que podemos realizar para continuar —y no desfallecer— es emprender, conscientemente, un viaje hacia dentro: un regreso a uno mismo.
Recuerdo con emoción una conferencia de Mario Flores, gran copista mexicano, quien, por una tragedia injusta de la vida, se enfrentó a la dureza de una condena a muerte. Su historia es fascinante. Puedes conocerla aquí.
Durante su relato, al evocar su estancia en prisión, compartía el modo en que comenzó su proceso de autoconocimiento en medio de una situación límite. Decía, más o menos así: “Frente a mí, rejas de acero. Sobre mí, concreto. Detrás de mí, concreto. A mis lados, concreto. Debajo de mí, concreto. El único escape era hacia adentro”.
Siempre he recordado esa frase, no sólo por la potencia de sus palabras, sino por la manera en que su cuerpo las acompañaba. Había una coherencia total entre su lenguaje verbal y no verbal. Hablaba con el cuerpo entero y transmitir con claridad su mensaje.
Y es que, cuando la vida —metafóricamente— nos encierra en una habitación sin salidas visibles, ese viaje hacia el interior puede volverse la única ruta de escape. No como una evasión desesperada, sino como una suerte de crisálida: un lugar donde se gesta algo nuevo.
Esa travesía representa la oportunidad de reconectar con los valores esenciales, aquellos que están en la raíz de nuestra identidad, en la semilla desde la cual nuestra persona ha venido desplegándose.
Creo que cada uno debe encontrar su propia ruta de escape, reconocerla, recorrerla y aceptar lo que el autoconocimiento nos ofrece: no como ejercicio de egocentrismo, sino como medicina del alma. No somos perfectos. No todo lo hacemos bien. Y nuestro desempeño no siempre es brillante. Por eso, al volver sobre nosotros mismos, debemos tener la valentía de reconocer lo que sí hay y queremos conservar, lo que no hay y nunca seremos, lo que sí hay y necesitamos afinar, lo que no hay y, sin embargo, puede llegar a haber.
En los tiempos difíciles podemos —y hasta deberíamos— aprender mucho de nosotros. El viaje hacia el interior no es una opción más: es un paso necesario que, bien vivido, puede enriquecer profundamente nuestra existencia.
Cada quien puede elegir los elementos que simbolicen su viaje. En mi caso, estos días de profundización —como en otras etapas de la vida— me acompañan mi familia, las actividades que más sentido me dan al realizarlas, y mis libros. Libros que, después de años de cierto descuido, se han vuelto medio para ordenar el desorden interno, para acomodar el palacio de la memoria, y disponer mejor el mobiliario del alma.
¡Hay mucho por descubrir! Mucho por caminar hacia adentro para atravesar el momento retador que se ha presentado. Y sí: también ahí es posible encontrar sentido. Hacer de mí alguien mejor de lo que soy.
¡Seguimos en ruta!